sábado, 11 de octubre de 2008

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Llegó a mi vida y me ató con unas esposas de peluche rojo. Veinticuatro horas después dormía en mi cama sin tocarme un pelo y no pude reprimir la tentación de pensar que era distinto... o tonto. Dejé que entrara en mi cabeza destartalada y que conociera aquellas cosas que a cualquier otro le hubieran hecho correr bien lejos. Contra todo pronóstico él aprendió a instalarse en los huecos que fue encontrando en su camino.
Empezó a venir a las horas más inútiles, trayendo conversaciones con sabor a nicotina y sin decir nunca si pensaba quedarse. Un buen día vino con Lambrusco, música y fotos. Las cosas cambiaban por momentos y los dos nos sentíamos como en la cresta de un tsunami, mirando de reojo a la orilla por si había que salir por patas de allí. Pero nos gustaba mojarnos y sentir el cuerpo tembloroso del otro, así que dejamos que el agua se llevara nuestras ropas y miedos justo en el momento en el que nuestros labios empezaban a rozarse…

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